Jacques Collin de Plancy
Una tarde con Goliadkin.
Me esperaba ver en su rostro unos rasgos un poco más ilustres, más me veía a mí misma que, a cada momento que dirigía mi mirada a algún otro lado de la estancia, olvidaba por completo el rostro de con quién me encontraba.Lo único memorable era el hecho que tenía una calvicie incipiente.
Se sentó torpemente en la mesa donde yo me encontraba, y me tendió la mano en forma de saludo a la cual yo estreché inmediatamente. Noté que temblaba.
-Muchísimas gracias por venir, señor Goliadkin. Estoy gustosa de tenerle aquí.
-No hay razón para agradecer, señorita Fernandovna. Señorita Fernandovna, ¿me permitiría usted preguntarle para qué me ha invitado a éste lugar?
-¡Oh! Le he invitado, pues, deseo tener una pequeña charla con usted. Como si fuésemos amigos.
-Señorita Fernandovna, usted y yo no somos amigos. Apenas conocidos.
-Lo sé, y, en realidad, no me apetece ser amiga suya, ni de nadie a nuestro alrededor.
Ambos dirigimos nuestras miradas a los demás comensales que iban y venían. Se asimilaban a vulgares ratas, sentados, platicando de cosas triviales, riéndose a carcajadas por barbaridades o llenándose la boca con toda clase de bollería. La pequeña estancia dónde nos encontrábamos era una diminuta cafetería, mezcla de tonos cálidos y cafés con tonos azul pálido. Los manteles estaban bordados a mano, lamentablemente muchos de éstos tenían manchas de café por doquier, llevándolos del color blanco al beige.
Volvimos a centrar nuestra atención el uno en el otro. Mientras distraída observaba a quienes nos rodeaban, me molesté con aquella dificultad que padecía al exigirme recordar las facciones de Yákov. Mi cabeza las recordó sólo al verlo. Goliadkin continuó:
-Es comprensible, señorita Fernandovna. Está bien, ¿qué clase de charla supone usted comenzar, Caterina Fernandovna?
-Me apetecería una clase de confesionario. Por así llamarle.
-¿Cómo va eso de un confesionario, señorita Fernandovna?
-Vale, espere. Mire, Goliadkin. Creo que usted ha vivido una situación que tarde o temprano me ocurrirá a mí. Espero no se moleste, puesto que creo que usted sí tenía razón para presenciar lo que vivió, más yo soy una adulta notoriamente imbécil que se encapricha por cualquier cosa y, como consecuencia se le zafan los tornillos. ¿Me comprende usted?
-No realmente, pero continúe, Caterina Fernandovna.
-No se ofenda, pero me siento muy identificada con usted.
-¿Conmigo?
Balbuceé un poco antes de continuar. Parece completamente confundido.
-Leí sobre usted. Hace ya unos meses. ¿Ha hablado usted con Fiódor Mijáilovich?-
-No, señorita.
-Ah.
Yákov comenzó a moverse en su silla.
-Ha leído sobre mí, según afirmó usted, señorita Fernandovna, ¿Cómo ha sido eso?
-El señor Mijáilovich escribió sobre usted y sobre su Goliadkin II.
-¡Válgame!
Goliadkin empujó repentinamente con sus pies la silla dónde se encontraba, produciendo un chillido estridente con el cual los comensales dirigieron sus miradas hacia nosotros. Apretó sus palmas contra aquel rostro poseedor de rasgos tan efímeros.
Se hizo el silencio por unos incómodos segundos.
-Señor Goliadkin…- comencé- una disculpa por esa mención que al parecer le ha amargado el momento. Mire, creo que yo presenciaré lo mismo que usted, ¿comprende? Lo veo venir, como un mal augurio. Me paro frente al espejo todos los días, esperando el momento en que vea a mi sosia detrás mío, mofándose de mi incredulidad e inmadurez. Temo que mi Goliadkin II encuentre a los seres que aprecio, que se lleve mi carrera artística y que lo eche todo por la borda. ¿Usted recién salió del manicomio, no es cierto?
-Sí, Caterina Fernandovich, recién salí del manicomio. Hacía unos siete meses.
-¿Goliadkin II seguía acechándole dentro del manicomio?
-No.
-¿Por qué cree usted?
-No lo sé, ni me interesa. Sólo sé que se desvaneció.
-¿Y no ha vuelto?
-Por fortuna no, señorita Fernandovna Fernandovich.
Notoriamente, Goliadkin estaba disgustado.
-¿A qué quiere llegar usted con todo este meollo?
-Espere, espere, señor Goliadkin. No se impaciente. Deje se lo comunico sin tapujos. Entienda mi temor. Tengo dieciocho años con pocos meses. Me saboteo a mí misma constantemente. Sí, soy consciente de ello. Todo lo analizo, una y otra y otra vez. Si me dicen algo, le doy vueltas. Si digo algo, le doy vueltas. Seré un fracaso como persona. No, no me interrumpa. No importa si soy joven para tener esas ideas. Las tengo porque sí. Tengo una familia muy amorosa. A veces me pregunto de dónde saqué tantas inseguridades si nunca fueron fomentadas por mis padres. Dos pequeñas motivaciones que tengo para vivir son, la falta de darle importancia a la vida que tiene Smurov, ¿lo conoces? Bueno, no importa. Nabokov y tal. Y el Ess Muss Sein! del Tomás de Milan Kundera. No importa quienes sean. Lo importante es que les admiro. Creía parecerme a Gregor Samsa, más no presiento que me convierta en un bicho enorme, para mí misma, de la noche a la mañana. Me asemejo a usted. Visualizo el día en que llegue con mi futuro marido, y él esté con mi Goliadkin II, y ni se percate que yo, Caterina, soy la original. Soy tan insípida que nadie se daría cuenta que me han sustituido. Y ella, mi sosia, aquella que tanto quiero ser, aquella que lee mucho más, aquella que ilustra más, aquella que estudia más, aquella que quieren más mis padres, aquella que agrada más a la gente, ella será Caterina y yo no. ¿Comprende usted?
-Vaya, señorita Fernandovna Fernandóvich. No sabría que decirle.
-Compréndame en lo que le digo. No ponga ese gesto de desdén. No, aún no. Quiero saber cómo deshacerme de mi Goliadkin II, de mi sosia, aquella que se llevará todo lo que me importa. Nada de mí me complace lo suficiente, y eso es porque yo no me siento suficiente para nadie. Quisiera ser más, señor Goliadkin, más. Supongo me presiono mucho. Con mi familia me siento un fracaso absoluto y rotundo, una plaga, una niña indolente y molesta, como si fuese un mosquito chupa-sangre, oh, señor Goliadkin. En mis estudios me creo inútil, que pierdo mi tiempo y esfuerzos. No sirvo para ello, señor Goliadkin. Y, ¡ay! La ilustración no me sienta. No creo que sea lo mío, lo mismo que con los estudios. Me han sucedido ya tres veces que siento cómo aparece mi Goliadkin II, las tres veces en situaciones que yo considero tormentosas dentro de mi mente, más las veo en perspectiva y son viles idioteces, lo sé, señor Goliadkin. ¡Estoy consciente de ello, claramente lo estoy! ¡Goliadkin! Estoy desesperada. Me siento sola, un cascarón vacío. Hay tantos momentos tan bellos que he tenido que me cuestan disfrutar porque mi Goliadkin II parece vislumbrarse. Me ayudo de humanos varios como Nabokov, el señor Eco, un ebrio al que no hace falta mencionar su nombre, el judío de las estrellas, mis padres y Gustav Meyrink. ¡Ellos me ayudan en mi desgracia! Una desgracia que no debería existir, puesto que todo lo que tengo es bellísimo, pero mi subconsciente, mi sosia, mi Goliadkin II, mi Astaroth, no me deja abrazar aquello que tanto aprecio y agradezco. Es extraño, señor Goliadkin. Mi estómago está constantemente adolorido de mis angustias, ni se diga mis pulgares, lo lastimados que están de tantas mordeduras ¡mire! Pero cómo amo todo lo que tengo. Mis libros, a usted en éste momento, mi mascota Ángela, mi familia y al señor Mijáilovich.
- Señorita Caterina Fernandovna. ¿Le doy un consejo de adulto a joven?
-Adelante.
-Deje de preocuparse de estupideces y disfrute de su vida. ¡Válgame! Y comuníquele al señor Mijáilovich que es un indiscreto por relatar sobre mí y mis estupideces.
-Ha leído sobre mí, según afirmó usted, señorita Fernandovna, ¿Cómo ha sido eso?
-El señor Mijáilovich escribió sobre usted y sobre su Goliadkin II.
-¡Válgame!
Goliadkin empujó repentinamente con sus pies la silla dónde se encontraba, produciendo un chillido estridente con el cual los comensales dirigieron sus miradas hacia nosotros. Apretó sus palmas contra aquel rostro poseedor de rasgos tan efímeros.
Se hizo el silencio por unos incómodos segundos.
-Señor Goliadkin…- comencé- una disculpa por esa mención que al parecer le ha amargado el momento. Mire, creo que yo presenciaré lo mismo que usted, ¿comprende? Lo veo venir, como un mal augurio. Me paro frente al espejo todos los días, esperando el momento en que vea a mi sosia detrás mío, mofándose de mi incredulidad e inmadurez. Temo que mi Goliadkin II encuentre a los seres que aprecio, que se lleve mi carrera artística y que lo eche todo por la borda. ¿Usted recién salió del manicomio, no es cierto?
-Sí, Caterina Fernandovich, recién salí del manicomio. Hacía unos siete meses.
-¿Goliadkin II seguía acechándole dentro del manicomio?
-No.
-¿Por qué cree usted?
-No lo sé, ni me interesa. Sólo sé que se desvaneció.
-¿Y no ha vuelto?
-Por fortuna no, señorita Fernandovna Fernandovich.
Notoriamente, Goliadkin estaba disgustado.
-¿A qué quiere llegar usted con todo este meollo?
-Espere, espere, señor Goliadkin. No se impaciente. Deje se lo comunico sin tapujos. Entienda mi temor. Tengo dieciocho años con pocos meses. Me saboteo a mí misma constantemente. Sí, soy consciente de ello. Todo lo analizo, una y otra y otra vez. Si me dicen algo, le doy vueltas. Si digo algo, le doy vueltas. Seré un fracaso como persona. No, no me interrumpa. No importa si soy joven para tener esas ideas. Las tengo porque sí. Tengo una familia muy amorosa. A veces me pregunto de dónde saqué tantas inseguridades si nunca fueron fomentadas por mis padres. Dos pequeñas motivaciones que tengo para vivir son, la falta de darle importancia a la vida que tiene Smurov, ¿lo conoces? Bueno, no importa. Nabokov y tal. Y el Ess Muss Sein! del Tomás de Milan Kundera. No importa quienes sean. Lo importante es que les admiro. Creía parecerme a Gregor Samsa, más no presiento que me convierta en un bicho enorme, para mí misma, de la noche a la mañana. Me asemejo a usted. Visualizo el día en que llegue con mi futuro marido, y él esté con mi Goliadkin II, y ni se percate que yo, Caterina, soy la original. Soy tan insípida que nadie se daría cuenta que me han sustituido. Y ella, mi sosia, aquella que tanto quiero ser, aquella que lee mucho más, aquella que ilustra más, aquella que estudia más, aquella que quieren más mis padres, aquella que agrada más a la gente, ella será Caterina y yo no. ¿Comprende usted?
-Vaya, señorita Fernandovna Fernandóvich. No sabría que decirle.
-Compréndame en lo que le digo. No ponga ese gesto de desdén. No, aún no. Quiero saber cómo deshacerme de mi Goliadkin II, de mi sosia, aquella que se llevará todo lo que me importa. Nada de mí me complace lo suficiente, y eso es porque yo no me siento suficiente para nadie. Quisiera ser más, señor Goliadkin, más. Supongo me presiono mucho. Con mi familia me siento un fracaso absoluto y rotundo, una plaga, una niña indolente y molesta, como si fuese un mosquito chupa-sangre, oh, señor Goliadkin. En mis estudios me creo inútil, que pierdo mi tiempo y esfuerzos. No sirvo para ello, señor Goliadkin. Y, ¡ay! La ilustración no me sienta. No creo que sea lo mío, lo mismo que con los estudios. Me han sucedido ya tres veces que siento cómo aparece mi Goliadkin II, las tres veces en situaciones que yo considero tormentosas dentro de mi mente, más las veo en perspectiva y son viles idioteces, lo sé, señor Goliadkin. ¡Estoy consciente de ello, claramente lo estoy! ¡Goliadkin! Estoy desesperada. Me siento sola, un cascarón vacío. Hay tantos momentos tan bellos que he tenido que me cuestan disfrutar porque mi Goliadkin II parece vislumbrarse. Me ayudo de humanos varios como Nabokov, el señor Eco, un ebrio al que no hace falta mencionar su nombre, el judío de las estrellas, mis padres y Gustav Meyrink. ¡Ellos me ayudan en mi desgracia! Una desgracia que no debería existir, puesto que todo lo que tengo es bellísimo, pero mi subconsciente, mi sosia, mi Goliadkin II, mi Astaroth, no me deja abrazar aquello que tanto aprecio y agradezco. Es extraño, señor Goliadkin. Mi estómago está constantemente adolorido de mis angustias, ni se diga mis pulgares, lo lastimados que están de tantas mordeduras ¡mire! Pero cómo amo todo lo que tengo. Mis libros, a usted en éste momento, mi mascota Ángela, mi familia y al señor Mijáilovich.
- Señorita Caterina Fernandovna. ¿Le doy un consejo de adulto a joven?
-Adelante.
-Deje de preocuparse de estupideces y disfrute de su vida. ¡Válgame! Y comuníquele al señor Mijáilovich que es un indiscreto por relatar sobre mí y mis estupideces.
Febrero, 2018.