domingo, 24 de enero de 2021

Un cuento a la par de 'El Monje' y de 'Los elíxires del diablo': "El ermitaño" de Dino Buzzati.

Cornelis Saftleven

He comenzado a tomar exámenes para mi futuro no tan futuro. Y es que no he parado de estudiar los últimos 5-6 meses. Pensé la cuarentena me daría cabeza para aparecerme más por aquí, pero apenas y me alcanza para estudiar física, química y matemáticas diariamente. Y de vez en cuando a ensayar el bajo, con el fin de seguir los pasos de Geezer Butler y de Burke Shelley.

El caso es que, al menos para agregarle contenido a mi querido Lunas y Nínfulas, el cual es una clase de journal para mí, he decidido compartir uno de mis relatos preferidos de Dino Buzzati, el cual viene incluido en el compendio de relatos Las noches difíciles, publicado por Acantilado, que os recomiendo comprar con todo mi corazón. 

Un relato bastante siniestro, al menos a mi parecer. Como indiqué en el título, me recuerda mucho a esas dos maravillosas obras. No tengo mucho que comentar, pues spoilearía la trama del cuento. Además es un cuento pequeñito, os lo leeréis en cuestión de minutos. Disfrutad, disfrutad la obra de Buzzati.


El ermitaño

Dino Buzzati

En la soleada Tebaida vivía un ermitaño, llamado Floriano, para quien toda santidad era poca.

En materia de ascetismo, ayunos, frugalidad, renuncias y sacrificios era el primero de la clase. No era más que pellejo y huesos. A pesar de todo, siempre tenía miedo de no estar en gracia de Dios. Entre otras cosas le angustiaba el hecho de que, con cincuenta años cumplidos, jamás había conseguido hacer un milagro que fuese un verdadero milagro. Mientras que sus compañeros, por ejemplo Hermógenes, Calibrio, Euneo, Terságoras, Columetta y Fedo contaban en su haber por lo menos con media docena por cabeza.

 En éstas ocurrió que un día fue anunciada la llegada, desde Roma, de un fraile sapientísimo y gran confesor, que recorría los principales centros monásticos de la cristiandad esparciendo la semilla del Señor. 

Hizo su aparición al volante de un dos plazas descapotable y fumaba «Gitanes» sin interrupción, lo que sorprendió a los piadosos habitantes de aquellas selváticas cavernas. Pero las credenciales que le acompañaban desvanecieron cualquier perplejidad. 

Fray Basilio levantó su tienda a rayas blancas y rojas a los pies de la roca más alta y empezó a recibir a los penitentes. El primero fue Floriano. 

El fraile era de lo más simpático y jovial. No permitió que Floriano se arrodillase, es más, le obligó a sentarse en una butaquita de lona plegable de tipo sahariano, invitándole a abrirle su corazón. Y Floriano le explicó qué rémora le atormentaba, a pesar de todas sus penitencias. El otro, sentado frente a él, le escuchaba sonriendo y de vez en cuando sacudía la cabeza. 

Cuando Floriano terminó, el otro le preguntó: 

—¿Fijo o vagabundo? 

—Vagabundo —respondió Floriano con un deje de orgullo. 

Había, de hecho, en Tebaida, una gran diferencia entre los ermitaños fijos, que escogían una gruta y de allí no se movían, y los ermitaños que en cambio no tenían una morada estable, no pasaban jamás dos noches consecutivas en el mismo sitio sino que se desplazaban de una roca a otra, instalándose en grutas vírgenes, carentes de las comodidades más elementales y visitadas a menudo por pequeñas fieras, murciélagos y serpientes. La vida de esta segunda categoría era evidentemente bastante más incómoda y peligrosa. 

—¿Y de qué te alimentas? 

—Langostas exclusivamente. 

—¿Frescas o disecadas? 

—Disecadas. 

—¿Nada de miel? 

—No sé a qué sabe —respondió Floriano. 

—¿Y sueles flagelarte? 

Floriano levantó una punta de la cochambrosa sarga que le hacía de capa y le mostró la espalda, flaquísima, enteramente surcada de rayas cárdenas. 

—Bien —fue el comentario del fraile, quien ni por un momento abandonó su sonrisa, casi maliciosa. Luego carraspeó un poco y empezó a hablar: 

—Tu caso es clarísimo, venerable ermitaño. Si tú no adviertes, como desearías, la presencia de Dios en ti, la razón es sólo una: tú, Floriano, eres demasiado orgulloso. 

—¿Orgulloso yo? —dijo el otro estupefacto—. ¿Orgulloso yo que voy descalzo, cubierto por una áspera y dura sarga, que me alimento de nauseabundos insectos, que tengo por lecho nocturno los excrementos de los chacales, de los búhos y de las culebras? 

—Precisamente, venerable Floriano: cuánto más mortificas y castigas tu cuerpo, más virtuoso y merecedor de Dios te sientes. Si tus entrañas gimen, si tus miembros languidecen, tu espíritu en compensación se eleva y se crece. Y esto se llama orgullo. 

—¡Dios mío! —exclamó en su candor el anacoreta espantado—: ¿Y qué diantres puedo hacer? 

—Fácil es humillar la materia —declaró Fray Basilio, que a decir verdad tenía una cara rebosante de salud—. Mucho más difícil y meritorio es humillar el ánimo y hacerle sufrir para alcanzar la misericordia divina. 

—¡Es verdad, es verdad! —dijo Floriano que repentinamente descubría horizontes hasta ahora inimaginados—. ¡Es al espíritu al que hay que castigar, es el espíritu el que debe sufrir! 

—Veo que me sigues —dijo el gran confesor venido de Roma—. Ahora dime, ¿cuál es la condición más dolorosa, más humillante para nuestro espíritu? 

—No hay duda, padre mío: ningún dolor es mayor que hallarse en pecado mortal. 

—Bien dicho, noble Floriano. Sólo el pecado podrá proporcionarte la necesaria humillación; y cuanto más infames sean tus pecados, más amarga será la aflicción del ánimo. 

—¡Pero es horrible! —dijo Floriano asustado. 

—Desde luego el camino que lleva a la santidad es arduo —aprobó el fraile—. ¿Tú creías que con dos latigazos estaba todo arreglado? Muy distinto, y mucho más odioso, es el sufrimiento que nos hará ganar el paraíso. 

—¿Y qué debo hacer? 

—Es muy sencillo. Obedecer a las incitaciones del Maligno. Tú, por ejemplo, ¿sufres accesos de envidia? 

—Desgraciadamente, padre. Cuando me anuncian que uno de mis compañeros ha realizado un nuevo milagro, siento como una punzada en el corazón. Pero hasta ahora, gracias a Dios, siempre lo he dominado. 

—Mal, muy mal, venerable Floriano. A partir de ahora deberás abandonarte a este triste sentimiento, y recrearte en él. Otra cosa: cuando una hermosa penitente viene a confesarse, ¿sueles desearla? 

—Terriblemente, padre. Pero hasta ahora, gracias a Dios, siempre he conseguido dominarme. 

—Mal, muy mal, venerable Floriano. Las tentaciones te las envía el Cielo precisamente para que tú te dejes arrastrar por ellas, y te hundas en el fango, y por esta abyección derrames lágrimas amargas. 

El ermitaño salió de la tienda de fray Basilio completamente trastornado. O sea que lo había hecho todo mal. O sea que él, y sus amigos de Tebaida, eran ingenuos provincianos que no habían entendido nada de los misterios divinos. Cuántas más vueltas le daba, más cuenta se daba de que el gran confesor tenía razón. Algo bastante distinto a masticar langostas. Superar la náusea del pecado, ésa era la verdadera prueba, ése era el sistema más enérgico para castigarse, humillarse, sufrir, ése era el supremo ofrecimiento de amor al Omnipotente. 

Y con el mismo metódico celo con el que hasta ahora había castigado su cuerpo, el ermitaño empezó a torturar a su propio espíritu, pecando. Y para tener remordimientos cada vez más lacerantes, para padecer angustias cada vez más ardientes, discurría las acciones más bajas y despreciables. Calumniaba a los demás compañeros, robaba los cepillos de las limosnas, fornicaba de noche con las peripatéticas del desierto, llegó incluso a esparcir diariamente infames cartas anónimas, aprovechándose de las confesiones recibidas, denunciando a los maridos sus mujeres adúlteras, a las esposas sus maridos infieles, a los señores sus siervos deshonestos, a los padres sus hijas viciosas. Esta, la de las cartas anónimas, le parecía, justamente, la acción más infame. Y en consecuencia, su ánimo, bueno, padecía inconmensurablemente. 

Mientras tanto, en su ingenuidad, a veces pensaba: qué enrevesado está el mundo: se desprecia y se castiga a los ladrones, a los traidores, a los usureros, a los explotadores, a los homicidas, y quizá se trata de personas buenísimas, de gentilhombres abrumados por tentaciones más fuertes que ellos mismos, y por lo tanto desdichados. Compadecerse de ellos, no perseguirles eso es lo que habría que hacer, no meterlos en la cárcel sino consolarlos y cubrirlos de honores. 

Gozaba de tal fama de santidad el ermitaño Floriano, que sus infamias pudieron proseguir mucho tiempo sin que nadie sospechase de su autor. Pero he aquí que una joven recién casada, por su culpa sorprendida in fraganti por el marido y repudiada con pública ignominia, se juró a sí misma descubrir al delator; sabía que siempre había hecho las cosas con cuidado, también sabía que sólo había una persona en el mundo que podía estar al corriente de sus intrigas amorosas: el ermitaño con quien iba a confesarse. Consiguió pues hacerse con la carta anónima recibida por su marido, consiguió hacerse con un papel en el que Floriano, años atrás, había escrito un himno religioso. Hecha la comparación, se convenció. Y denunció el hecho a las autoridades judiciales. 

Como en el país regían leyes altamente civilizadas, las cartas anónimas estaban castigadas con la pena de muerte mediante decapitación. Las pruebas, en este caso, eran incluso demasiado evidentes. Un destacamento de guardias galopó hasta Tebaida y trajo al ermitaño prisionero. 

Durante el proceso, justamente para exasperar su propia abyección y de la fechoría extraer la peor mortificación, Floriano no sólo confesó haber escrito la carta inculpada sino también todos los demás atropellos. El día que el tribunal pronunció su condena a muerte, su corazón, devorado por la conciencia del mal realizado, era como una blanca paloma en el asador, despanzurrada y atravesada de parte a parte; y era tal su desesperación que por primera vez se atrevió a pensar que, de esta forma, había conquistado realmente el paraíso. 

Sólo cuando, desnudo y cruelmente fustigado, entre las contumelias de la enfurecida plebe, fue llevado al patíbulo y desde allí miró en derredor en una especie de absorto extravío, y a los pies del patíbulo descubrió a fray Basilio que le miraba haciéndole guiños, sólo entonces finalmente se dio cuenta de la horrible trampa en la que le habían hecho caer: el gran confesor no era otro que el demonio, que ahora habría recogido su alma deshonrada. 

Ante este pensamiento, la congoja fue más fuerte que él y el pobre ermitaño estalló en un llanto salvaje. Naturalmente la gente que le rodeaba creyó que sólo era cobarde miedo de morir. 

Pero ya descendían sobre la plaza las primeras sombras de la noche. Y en aquel crepúsculo violeta, cuando vibró el hacha del verdugo, en torno a la cabeza del anacoreta que caía en el cesto dispuesto a tal efecto, todos pudieron contemplar, claramente, una aureola resplandeciente. 

Entonces el que se había hecho pasar por fray Basilio huyó, abriéndose paso a empellones entre la multitud. Había triunfado en una empresa hasta entonces jamás realizada en la historia del mundo, en la empresa, para un diablo, más deshonrosa y absurda de todas: la de llevar a un hombre a la gloria de Dios a fuerza de inmundos pecados. 

—Rediez —imprecaba—, pues es verdad: los caminos del Señor son infinitos.



Fuentes: 
Texto sacado de "Las noches difíciles" de Dino Buzzati, traducción de Atalaire, Editorial Acantilado, edición del 2010.

domingo, 10 de enero de 2021

Una historia más escalofriante que cualquier relato de ficción. Una reseña de 'Cisnes salvajes: tres hijas de China' de Jung Chang.


‘‘Quienes se atrevían a expresar dudas eran inmediatamente acallados o despedidos, lo que implicaba asimismo la discriminación para su familia y un triste futuro para sus hijos.’’

Este libro mi madre me lo comenzó a recomendar, según yo, desde que cumplí los 16. Y de ahí, casi siempre que le pedía que me recomendara una próxima lectura, aparecía éste en su lista.
Mi mamá no es muy aficionada del lejano oriente, contrario a mí, que desde que ella me puso Sakura Card Captor y Sailor Moon a mis siete años, me volví fanática de diversos temas de esos rumbos, pero, sobre todo de Japón. 
Creo el único lugar que a mi mamá le interesa de allá es China, principalmente por los increíbles Guerreros de terracota. Y a mi papá le encantaría visitar la muralla. Obviamente a mí también, principalmente me fliparía ver los Guerreros.
Antes de este libro no sabía nada de China, más allá de la existencia de esas dos atracciones turísticas. 

A mediados de este terrible año, me leí 'El error de Occidente' de Soltzhenitsyn, que trata sobre el comunismo stalinista, -os recomiendo esa increíble colección de ensayos-, y, finalmente interesada en leerme un libro histórico sobre el comunismo, me decidí a leer Los cisnes salvajes. Mi mamá se puso feliz de que por fin lo agarrara de los estantes.
Las citas que pondré en este post serán las que más me impactaron. O las que quedan con el subtema del que estaré escribiendo.

Esta triste belleza de libro relata la historia de tres mujeres nacidas en China. La abuela, la madre y la hija, respectivamente, la cual va de la tardía Dinastía Qing, hasta una China relativamente liberada en los 80's.

‘‘Por si fuera poco, habían terminado las persecuciones políticas, y la gente gozaba de un relativo bienestar. Todo el mérito de ello recayó sobre Mao. Aunque los otros líderes de la nación sabían en qué había consistido la contribución de éste, el pueblo continuaba ignorándolo. Recuerdo haber escrito a lo largo de aquellos años apasionados elogios en los que agradecía a Mao todos sus éxitos y le juraba lealtad eterna.’’

Como una grulla entre las gallinas.  

La abuela de Jung, una bella mujer que padeció una horrible tradición longeva de China: la de los 'lirios dorados de ocho centímetros', ósea, el romperles los pies a las niñas de 2 a 4 años para que estos estén siempre pequeñísimos. Y es que esto se consideraba algo erótico.
Jung cuenta sobre como éste proceso afecta la vida de quienes lo padecen, el cómo tienen que cuidarse los pies, -cortarse pedazos de carne muerta, baños de agua caliente-, el que no pueden quitarse las vendas puesto que comenzará a crecer el pie apenas se sienta liberado, entre otros martirios.

Se les forzaba a transformarse en concubinas. Pero luego se las tachaba de fáciles por haber ‘accedido’, lo cual, como ya mencioné, no era su elección. Válgame el machismo de épocas pasadas.
Y es que no puedes realmente achacarles a los bisabuelos de Yung nada, ya que, pues, así se hacía en la época, así se era. 

Lo único que me agradó del padre de Yu fang -el bisabuelo de Jung-, es que a pesar de que era un desgraciado, típico señor supersticioso e ignorante, instruyó a su hija en una diversidad de campos, pues quería educarla como una 'perfecta dama', a pesar que desde esa época el analfabetismo era una ‘muestra de virtud en las mujeres de clase inferior’’. La envió a un colegio femenino, aprendió mah-jongg, go, bordado, dibujo, así como se le enseño a tocar el qin. 

Sin contar toda la historia, Yu Fang logra escapar de la vida de concubina, y consigue a una pareja que amé con todo mi corazón, el Doctor Xia, quien la adoró y aceptó hasta el final de sus días.

El marco histórico en el que se encuentra esto último es el de la llegada de Chiang Kai-shek y su Kuomintang, así como el de la invasión japonesa. De esta última no quiero comentar mucho, ya que me faltaría investigar más para redactar un mejor comentario sobre ésta. Mi mamá les agarró tirria a los nipones desde este libro.

“La teoría del Partido era que las personas educadas como ella lo había sido tenían que dejar de comportarse como burgueses y parecerse más a los campesinos, los cuales constituían el ochenta por ciento de la población.”

Sobre Bao y Wang Yu.
El padre de Jung es un 'personaje' increíble, creo el más destacable. 
Funcionario comunista, cree ciegamente en el comunismo, siempre dándole preferencia a cualquier ‘dogma’ impuesto por el partido, antes que a su propia esposa, dejándola, por ejemplo, algunas veces caminar, embarazada, por lugares peligrosísimos, yendo de peregrina, mientras él, Wang-yu, iba en un cómodo vehículo. Cuando Wang-yu ve sus creencias cuestionadas, gracias a una serie de desgracias que le suceden, como verse atacado por su propia gente a la que tanto confiaba, -en el episodio histórico de la Revolución Cultural, y de ahí para adelante, no para de sufrir situaciones tormentosas hasta sus últimos días-, su carácter se transforma, mostrando la bella persona que lleva dentro, dando una profunda tristeza al lector.

A la madre de Jung le toca una y otra vez el que la persiga el partido comunista, a pesar de que ella apoyó al partido comunista desde el inicio, pensando iba a brindarle a China un próspero futuro. 
Un episodio del libro que me impresionó, sin dar muchos detalles, que tiene a Bao Qin como foco central, es cuando Mao pide que le manden críticas para tomarlas a consideración. Esa invitación a criticarlo se la manda principalmente a los intelectuales. 
Bao Qin se emociona al escuchar la noticia, y le avisa a todos sus conocidos que manden sus opiniones, sugerencias y críticas al gran Mao. El caso es que todo fue una trampa, y terminan castigando a todos los que le criticaron, hiriendo a Bao en su orgullo comunista, por primera vez.

Los obreros y campesinos no le inquietaban, ya que confiaba en su gratitud hacia los comunistas por haberles llenado el estómago y haberles proporcionado una existencia estable. Asimismo, mostraba un desprecio básico por ellos: no creía que tuvieran la suficiente capacidad mental como para desafiar su mandato. Sin embargo, Mao siempre había desconfiado de los intelectuales. Los intelectuales habían desempeñado un papel fundamental en Hungría, y se mostraban más aficionados que el resto de las personas a pensar por sí mismos.

La ignorancia.
He visto que en muchos regímenes se apunta hacia la ignorancia, lo cual siempre me ha asustado y me ha causado rechazo. Pero es totalmente comprensible: Si tienes un pueblo ignorante, podrás pisotearlos, manipularlos y abusarlos, no se cuestionarán nada, pues no tienen conocimiento de algo mejor. Otro aspecto interesante era como Mao le echaba arena a todo lo extranjero, como los vestidos bonitos, los libros, entre otros, tachándolos de burgueses. Y justamente eso le causaba culpa a Jung, pues ella no entendía por qué esas cosas tan bonitas y llamativas se suponían eran malas, cuando ella sentía una gran atracción hacia ellas, y ganas de poseerlas.
Y Jung Chang escribió una frase al respecto, que creo se ha vuelto uno de mis fragmentos literarios preferidos:

Podía comprender la ignorancia, pero me negaba a aceptar su glorificación, y mucho menos su autoridad.

Zì qī qī rén: Sobre 'El Gran Salto Adelante' de 1958-1961 y 'La Revolución Cultural'.
Creo dos de los hechos históricos más horribles de los que nunca había leído.
El Gran Salto Adelante empieza en 1958, haciendo que la población funda sus hornos y otros utencilios de metal, para sustentar el país de ese peculiar modo, con el fin de transformar la tradicional economía agrícola. Se prohibió la agricultura privada, mas se crearon comunas agrarias. Lo que sucede es que llega el hambre, debido a una racha de cosechas terribles. Y es aquí cuando mueren millones y millones de personas de inanición. 
Pero lo peor no acaba ahí. Mao y su séquito negaba el fracaso de las cosechas. Quienes se negaban a alardear sobre los ficticios logros con respecto a la producción agrícola, terminaban apaleados, perseguidos y algunas veces, incluso, muertos. Llegó al punto que se comenzó a comer niños.

“...Incluso los médicos solían alardear de enfermedades incurables milagrosamente sanadas.
A nuestro complejo solían llegar camiones cargados de campesinos sonrientes que acudían a informar de fantásticos logros sin precedentes. Un día era un pepino colosal que alcanzaba la mitad de la longitud del camión, otro día era un tomate que dos niños habían tenido dificultades para transportar. En otra ocasión pudimos ver un cerdo gigantesco encerrado en el camión. Los campesinos afirmaban que se trataba de un cerdo auténtico, cuando en realidad estaba fabricado de cartón-piedra.

Ahora sobre la Revolución Cultural, que fue de 1966 a 1976. Su fin era acabar con todo que no fuera comunista o que no siguiera los dogmas y pensamientos de Mao. Ósea, fue una purga, y lamentablemente exitosa. Una purga en contra de los intelectuales, a quienes estuvieran mínimamente relacionados con el Kuomintang y los altos funcionarios del partido comunista, donde lamentablemente se encontraban los padres de Yung. Ellos eran unos «enemigos de clase». Es aquí cuando se incentiva a los adolescentes a formar parte de la Guardia Roja. Y qué mejor objetivo de manipulación que un adolescentes sedientos de acción y aventura, como cita del libro, además de que fueron criados bajo la sombra de Mao, y además, bajo una tremenda ignorancia. Así, las masas juveniles, comenzaron a matar y torturar maestros, padres, y cualquiera se les cruzara en el camino. Entre las cosas que se promovieron, esta vez a la voz de Lin Biao, fue el destruir «Las cuatro antigüedades» ósea, las ideas, cultura, costumbres y hábitos antiguos. 


Sobre Er-hong, más tarde llamada Yung.

«¡Larga vida a nuestro gran líder, el presidente Mao!» Las lágrimas afloraron mis ojos. «¡Qué afortunada! ¡Qué increíblemente afortunada soy de poder vivir en la era del gran Mao Zedong! 
-repetía para mí misma una y otra vez-. ¿Cómo pueden los niños de países capitalistas continuar viviendo sin tener cerca al presidente Mao ni albergar la esperanza de verle algún día en persona?» Sentía deseos de hacer algo por ellos, de salvarles de su situación. Allí y entonces me juré solemnemente a mí misma que trabajaría sin descanso para construir una China más fuerte que pudiera apoyar una revolución mundial. También tendría que trabajar duramente para hacerme merecedora de ver al presidente Mao, objetivo que se convirtió en el propósito de mi vida.

Nacer bajo un sistema de adoctrinamiento fue la triste suerte de nuestra querida autora. Su fanatismo hacia Mao le lleva, junto con otros miles y miles de jóvenes, a hacer un gran viaje para poder verlo aunque sea sólo por un instante. Se vuelve parte de la Guardia Roja en la Revolución Cultural.
Posteriormente, se vuelve campesina. Obviamente no a su gusto.
La sección del libro que se me hizo completamente descabellada, es cuando Yung se vuelve doctora descalza, por cosas como que se suponía ella debía saber ejercer como doctora gracias a un solo libro, sin instrucción ni preparación alguna, mas que sólo ése libro. O el hecho que uno de los compañeros de Yung usaba utensilios médicos y no los esterilizaba. 
Yung logra entrar a la Universidad de Sichuan, para estudiar inglés. Pero todo estaba limitado. Podían meterlos a la cárcel sólo por escuchar la BBC o la Voz de América.
Un día les piden a los alumnos en clase que se emitiría un importante comunicado, y que se debían reunir en el patio para escucharlo. El caso es que Mao había muerto.

“Nuestros libros de texto o eran sino una ridícula colección de propaganda. La primera frase que aprendimos en inglés fue «¡Larga vida al presidente Mao!». Sin embargo, nadie osó analizarla gramaticalmente, ya que el chino en modo optativo —utilizado para expresar un deseo o un anhelo—resulta equivalente a “algo irreal’’. En 1966, un profesor de la Universidad de Sichuan había recibido una paliza ¡por tener la osadía de sugerir que “¡Larga vida al presidente Mao!’’ era una frase irreal! Uno de los capítulos trataba de un joven ‘’modelo’’ que había resultado ahogado al saltar del interior de una riada para rescatar un poste de telégrafo debido a que el poste en cuestión sería utilizado para transportar la voz del presidente Mao.”

En ese momento, Yung cuenta que no sabía si la gente lloraba por real devoción a Mao, por temor a ser asediados, o simplemente porque así estaban ya 'programados'. Por fortuna, después de su muerte, la Banda de los Cuatro es finalmente detenida y Deng Xiaoping sube al poder, por fin poniendo en cintura a su pobre país. 
Yung logra conseguir una beca y vuela a Inglaterra.



Conclusión.

En lo más personal, no sé porqué identifiqué a la familia de Yung con la mía. Yu Fang me recordó a mi abuela. Sus vidas difíciles –obviamente la vida de mi abuela, a pesar de haber sido tormentosa, nunca se le acercará a la penuria de vida que vivió Fang-.
Bao me recordó a mi mamá. Entre muchas razones, destacó el tema del amor por sus hijos y como lo reflejaba, y también porque ambas padecieron de tuberculosis.
Y yo, con Yung, no me identifiqué mucho. Tal vez sólo en el querer huir de mi país, que anda entramado hacia el mismo camino populista comunistoide que el de la China de Mao, rechazando la cultura, la medicina y ciencia, lleno de gente con devoción ciega al líder. También es obvio que aún no ha llegado a esos terribles extremos, pues está tranquilo aún este país, pero tal vez vamos para allá.

Aún me impresiona el hecho que Cisnes Salvajes está prohibido en la China actual, y que la imagen de Mao se encuentra en los billetes chinos.

Cisnes Salvajes de Jung Chang se ha convertido en mi libro preferido de todos los tiempos.
Apenas comienzo a recordarlo, y me dan ganas de echarme a llorar. Se me mezcla un sentimiento de amor y felicidad, así como de una profunda tristeza. Mientras he escrito esta publicación, he tenido un nudo en la garganta constantemente.
Gracias, mamá, por tan increíbles recomendaciones literarias, como siempre. Eres increíble.