"Nero & Agrippina" 1490-1500
"La niña de Nieve"
Pleno invierno: invencible, inmaculado. El conde y su esposa han salido a montar; él, sobre una yegua gris y ella, sobre una negra, envuelta en relucientes pieles de zorro negro, con unas relucientes y altas botas negras de tacones rojos, y espuelas. La nieve caía sobre la nieve que ya había caído; el mundo entero era blanco.
—Quisiera tener una niña tan blanca como la nieve —dice el conde.
Siguen adelante. Llegan a un agujero en la nieve y el agujero está lleno de sangre—. Quisiera tener una niña tan roja como la sangre —añade, y siguen al trote hasta que ven un cuervo, posado sobre una rama desnuda—.
Quisiera tener un niña tan negra como las plumas de ese pájaro.
Acababa de terminar su descripción cuando la niña apareció junto al camino, piel blanca, labios rojos, pelo negro, completamente desnuda; la niña de sus deseos, que la condesa odió al instante. El conde la subió al caballo y la sentó delante de él, en la silla; pero la condesa sólo tenía un pensamiento: «¿Qué puedo hacer para librarme de ella?».
La condesa dejó caer un guante en la nieve y le dijo a la niña que bajara a buscarlo; pretendía huir al galope y dejarla allí. Pero el conde dijo:
—Te compraré guantes nuevos.
Entonces, las pieles saltaron del cuello de la condesa al cuerpo de la niña desnuda, y la condesa lanzó su broche de diamantes contra el hielo de un estanque helado, que se lo tragó:
—Zambúllete y trámelo -ordenó, pensando que la niña se ahogaría.
Pero el conde dijo:
—¿Es que acaso es un pez capaz de nadar en un clima tan frío?
Las botas de la condesa pasaron a continuación a las piernas de la niña. Ahora, la condesa estaba desnuda como un hueso y la niña, vestida y calzada.
Pero el conde se apiado de su mujer. Al llegar a un rosal, con todas las rosas en flor, la condesa dijo a la niña:
—Cógeme una.
Y el conde dijo:
—Eso no te lo puedo negar.
Así que la niña coge una rosa; se pincha un dedo con las espinas; sangra; grita; se cae.
Entre lágrimas, el conde desmontó, se desabrochó los pantalones e introdujo su viril miembro en la niña muerta. La condesa refrenó a su nerviosa yegua y miró a su esposo con los ojos entrecerrados. El conde terminó pronto.
Entonces, la niña se empezó a derretir. Pronto, no quedó otra cosa de ella que una pluma que un pájaro podría haber soltado; una mancha de sangre en la nieve, indicio quizás de la captura de un zorro y, por último, la rosa que la niña había arrancado del rosal.
Ahora, la condesa volvía a estar vestida. Con su larga mano, acarició las pieles. El conde alcanzó la rosa, le hizo una reverencia a su mujer y se la dio. Cuando ella la tocó, la dejó caer.
—¡Pincha! —protestó.
"La cámara sangrienta" de Angela Carter, 1979.
Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez.

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