miércoles, 2 de agosto de 2017

Federico Barbarroja atiende un debate que ni Gavagai ni Hipatia podrían resolver... y mucho menos Boron y Ardzrouni.

Matthias Gerung

«Contra toda etiqueta de corte (pero cuando estaban en guerra la etiqueta soportaba siempre abundantes excepciones), se sentaban todos a la misma mesa, y Federico bebía y comía con alegría como si fuera un camarada más, escuchando intrigado una discusión que se había producido entre Boron y Ardzrouni.
  Decía Boron:
Tú te obstinas en hablar del vacío, como si fuera un espacio que carece de cualquier otro cuerpo, incluso aéreo. Pero un espacio que carece de cuerpos no puede existir, porque el espacio es una relación entre los cuerpos. Además, el vacío no puede existir porque la naturaleza le tiene horror al vacío, como enseñan todos los grandes filósofos. Si aspiras agua por una caña sumergida en el agua, el agua sube, porque no puede dejar un espacio vacío en el aire. Además, escucha, los objetos caen hacia el suelo, y una estatua de hierro cae más rápidamente que un trozo de tela, porque el aire no consigue sostener el peso de la estatua mientras que sostiene fácilmente el de la tela. Los pájaros vuelan porque, al mover las alas, agitan mucho el aire, que los sostiene a pesar de su peso. El aire los sostiene al igual que el agua a los peces. Si no hubiera aire, los pájaros caerían en picado, pero, presta atención, a la misma velocidad que cualquier otro cuerpo. Por lo tanto, si en el cielo existiera el vacío, las estrellas tendrían una velocidad infinita, porque el aire, que opone resistencia a su peso inmenso, no las sujetaría en su caída o en su círculo.
  Objetaba Ardzrouni:
¿Quién a dicho que la velocidad de un cuerpo es proporcional a su peso? Como decía Juan Filopón, depende del movimiento que se le haya imprimido. Y además, dime, si no existiera el vacío, ¿cómo podrían desplazarse las cosas? Chocarían contra el aire, que no las dejaría pasar.
¡Que no! ¡Cuando un cuerpo mueve el aire, que estaba donde va él, el aire va a ocupar el sitio que el cuerpo ha dejado! Es como dos personas que van en direcciones contrarias por una calle estrecha. Meten la tripa, se aplastan contra la pared; a medida que uno se insinúa en una dirección, el otro se insinúa en la dirección contraria, y al final uno ha tomado el sitio del otro.
Sí, porque cada uno de los dos, en virtud de su propia voluntad, imprime un movimiento al propio cuerpo. Pero no pasa lo mismo con el aire, que no tiene voluntad. Se desplaza a causa del ímpetu que le imprime al cuerpo que choca contra él. Pero el ímpetu genera un movimiento en el tiempo. En el momento en que el objeto se mueve e imprime un ímpetu en el aire que tiene enfrente, el aire todavía no se ha movido y, por lo tanto, todavía no está en el lugar que el objeto acaba de dejar para empujarlo. ¿Y qué hay en ese lugar, aun por un solo instante? ¡El vacío!
  Federico, hasta ese punto se había divertido siguiendo la controversia, pero ahora ya tenía bastante:
Vale ya había dicho Mañana, si acaso, probaréis a poner otro pollo en el cuarto superior. Ahora, a propósito de pollos, dejadme comerme éste, y espero que le hayan retorcido el gaznate como Dios manda.»


Umberto Eco, "Baudolino"

Ostras, la tercera novela que me leo de Umberto Eco. Ésta me ha dejado... flipando. Increíble. Siendo una fanática de las criaturas que se dan a conocer en Las Crónicas de Núremberg esta novela fue la ideal para mí. Eh, qué hostias digo, ¡todas las novelas de Umberto Eco contienen algo que me maravilla! ¡Ah! Me falta devorarme más de sus escritos. Luego los de semiótica. Todos. ¿Me consideráis una obsesa? Tal vez sí. La incógnita sobre qué es el vacío como Boron y Ardrzouni también aparecerá en mi cabeza. Vale, adiós.

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