domingo, 24 de diciembre de 2017

Cuando Sonia Semiónovna ve que Rodión Romanovich es, tal vez, un gusano más de la población.

Jenő Gyárfás

«[...]Te dije hace poco que carecía de recursos para seguir en la Universidad, pero hubiera podido continuar mis estudios, Mi madre me habría enviado lo necesario para hacerlo, y yo hubiera podido ganar con mi trabajo lo suficiente para subvenir mis gastos: las lecciones dejan bastante. Razumikhin se gana la vida con ellas. Pero yo me ensoberbecí, ésta es la palabra: me encerré en mi cuarto como la araña en su tela... Tú viniste allí, conoces aquel cuchitril... ¿Sabes, Sonia, que los techos bajos y las paredes estrechas oprimen el espíritu y el corazón? ¡Oh, cómo he maldecido esa madriguera infame! ¡Y, sin embargo, no quería abandonarla! Permanecía en ella a propósito. Pasé días enteros sin trabajar, negándome hasta probar bocado, siempre tumbado en mi diván; cuando Anastasia me traía algo, comía; cuando no, me quedaba en ayunas. Tenía a orgullo no pedir nada. Por las noches, por carecer de luz, prefería estar en la oscuridad antes de trabajar para adquirir una vela. En vez de estudiar, vendí mis libros; dejé amontonar el polvo sobre mis cuadernos. No hacía más que soñar y cavilar... No creo necesario decirte cuáles eran mis pensamientos y mis divagaciones... Entonces fue cuando comencé a pensar... No, tampoco es así... No refiero las cosas con exactitud... Una idea fija ocupaba mi mente: "¿Porqué soy tan tonto que, sabiendo que los demás son unos imbéciles, no me esfuerzo en ser más inteligente que ellos?" Me dije que, si esperaba el momento en que todos fuesen inteligentes, corría el riesgo de esperar demasiado. Más tarde comprendí que eso no ocurrirá jamás, que los hombres no cambiarán, que nada ni nadie puede transformarlos, y que no vale la pena aguardar en vano. ¡Sí, es así! Es una ley ineludible... ¡una ley, Sonia! Ahora sé que el que es más fuerte por su inteligencia y por su alma es el amo de todos. Quien a todo se atreve tiene razón. El que todo lo desprecia se impone, y el más audaz y desvergonzado tiene siempre la última palabra. ¡Así ha sido y seguirá siendo siempre! ¡Únicamente los ciegos no lo ven!
Al hablar de este modo Raskolnikov miraba a Sonia, pero al parecer no le preocupaba ya que ella lo entendiera o no. Hallábase en un estado de sombría exaltación. En verdad hacía mucho que no hablaba tanto. La joven comprendió que aquella feroz doctrina era para él un artículo de fe.»
 Fédor Dostoievski, "Crimen y Castigo"

El libro con el cual estoy pasando y pasaré las festividades. ¡Feliz Navidat a todos! Aquí su estúpida redactora, sumida en la depresión, intenta distraerse con las hazañas de Rodia Raskolnikov y Dimitri Razumikhin. Felices fiestas, tal vez este será el último post del año (resultó no serlo, já).

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